Nueva York • En julio el Doctor Q estuvo viajando por México para proveer cirugía a pacientes sin recursos económicos. El Doctor Q, la abreviatura cariñosa con que se conoce al médico Alfredo Quiñones-Hinojosa, es director de los programas de Cirugía de Tumores Cerebrales y de Cirugía Pituitaria del hospital Johns Hopkins que, año con año, califica en primer lugar en Estados Unidos en esas especialidades.

Además de atender pacientes y operar en promedio 250 tumores al año, el Doctor Q dirige el Brain Stem Tumor Cell Laboratory, donde se investiga cómo surgen y crecen los tumores cerebrales. Quiñones es autor de artículos vanguardistas y su nuevo libro, Controversies in Neuro-Oncology, está programado para salir este mes. El doctor es además el nuevo jefe editorial de la enciclopedia Schmidek and Sweet’s Operative Neurosurgical Techniques, considerada la biblia de la neurocirugía y que bajo su comando aparece, por primera vez, en formato multimedia y digital. En pocas palabras, Alfredo Quiñones-Hinojosa es uno de los médicos e investigadores del cáncer con más prestigio e impacto internacionales. Y el Doctor Q es mexicano.

Quiñones nació en Polaco, un pueblito al sur de Mexicali. La devaluación de los años ochenta dejó a su familia en la ruina y Alfredo saltó la valla de la frontera para poder sobrevivir económicamente. De inmediato lo regresaron. Volvió a intentarlo. En 1987, logró cruzar por avión. Tenía 19 años y 65 dólares en el bolsillo. Eventualmente, su familia también tuvo que cruzar la frontera norte.

Alfredo recogía fruta, verdura, grano y algodón en el Valle de San Joaquín, en California. Cuando le comentó a un compañero de trabajo que quería aprender inglés, éste se burló de él diciéndole que era inútil: su futuro sería quedarse de jornalero indocumentado o que lo regresaran. El comentario lo hizo llorar. Pero no se dio por vencido. Tampoco se desanimó cuando su plan de tener un flete para transportar alimento fracasó.

Aunque durante años siguió buscando mejores chambitas, un incidente le cambió la vida. Al reparar una válvula, trabajando como soldador en una empresa ferroviaria, accidentalmente cayó en un tanque de petróleo. Trató de salir pero volvió a caer. Su papá y su cuñado lo sacaron ya inconsciente. Despertó en el hospital. Tenía 21 años.

Su padre le dijo que su recuperación era un regalo y que la vida es corta y debía aprovecharla sin olvidar al prójimo. Esas palabras fueron catárticas: Alfredo decidió buscar una profesión significativa en lugar de ambicionar hacerse rico.

Se inscribió en un community college (una especie de escuela vocacional). En esa época, el presidente Reagan firmó la Ley de la Reforma y el Control de la Inmigración y Alfredo tuvo la suerte de recibir un permiso temporal para trabajar legalmente, lo que eventualmente le permitió obtener la ciudadanía estadunidense. Gracias a una sucesión de becas, estudió en la Universidad de California, en Berkeley, en la Escuela de Medicina de Harvard con posgrados en Biología del Desarrollo y Biología de Células Madre por la Universidad de California, San Francisco.

En su autobiografía, Becoming Dr. Q, que por cierto sale ahora en español, Quiñones medita sobre causas posibles que lo llevaron a volverse médico. La muerte de una hermana en la infancia. La admiración que le ha tenido a su abuela partera. El impacto de las palabras de su padre que con frecuencia le decía: “Uno es arquitecto de su propio destino”.

En el mismo texto, el Dr. Q repetidamente se refiere al superhéroe de los cómics Kalimán, su ídolo de la infancia. Como es sabido, Kalimán posee poderes mentales extraordinarios como la levitación, la telepatía, la visión remota y la telequinesis. ¿Será que la admiración por esos poderes sobrenaturales lo influyó para elegir primero la Psicología y luego, las especialidades en Neurocirugía y Neurociencia? Después de todo, uno escucha a Quiñones citar frases sabias del superhéroe, tales como “quien domina la mente, lo domina todo”, “serenidad y paciencia, mucha paciencia” y “siempre hay un camino cuando se usa la inteligencia”, como fuentes que lo motivaron a ser tenaz.

Más en serio, la tenacidad y la persistencia le han sido indispensables en un camino repleto de dificultades. Desde que el Doctor Q cruzó la frontera hasta el día de hoy, a diario se despierta a las cuatro de la mañana y se duerme a las 12 de la noche. Durante su formación profesional trabajó en lo que pudo para mantenerse. Y siendo residente en un hospital en San Francisco tuvo otro roce con la muerte. Accidentalmente se picó con una jeringa que se había usado en un paciente con el virus de inmunodeficiencia. Durante un año recibió tratamiento sin saber si sobreviviría.

El racismo también ha cruzado por su camino. De estudiante, un compañero le dijo que era demasiado abusado para ser mexicano. Tuvo pacientes que no querían ser atendidos por él. Alguno insistió que era el portero del hospital, otro lo acusó de tener diplomas falsos, un tercero lo llamó dirty Mexican.

Una mañana de agosto, hablo por teléfono con el doctor Quiñones. Le pregunto cuál es la diferencia entre el racismo dirigido a un médico y el dirigido a un trabajador agrícola. Me responde que no hay diferencia técnica. El racismo es fruto de la ignorancia. Y uno debe enfrentarlo con la frente en alto y estar orgulloso de sus raíces y de las contribuciones que hemos tenido como migrantes a Estados Unidos.

Pero hace un paréntesis. Explica que en los años ochenta los inmigrantes eran bienvenidos pero la atmósfera ha cambiado, hoy hay mucho “negativismo”. Sin embargo, dice que mantiene su optimismo, que continúa siendo fiel al “sueño americano”, que sigue pensando que Estados Unidos, aún ahora, es un suelo fértil para triunfar, aunque hoy el desafío para lograr ser exitoso sea mayor. Le pregunto entonces qué consejos le daría a los DREAMers (los inmigrantes indocumentados que llegaron a Estados Unidos de niños). Me contesta con idealismo inquebrantable: “Que sigan soñando, que nunca dejen de soñar”. Y con tono pragmático agrega: “Porque dejar de soñar es aceptar la derrota”.

Platicamos entonces sobre cuán decepcionante ha sido el que muchos políticos se están oponiendo a aprobar la nueva propuesta para una Reforma Migratoria. Le pregunto qué beneficios tendría la Reforma, de aprobarse. Me asegura que la respuesta sería un libro entero pero que uno de los beneficios es que la salud de los inmigrantes escalaría dramáticamente. Y no, no solo porque los inmigrantes tendrían mejores condiciones físicas que prevendrían enfermedades infecciosas o malnutrición, sino también porque la legalización haría inaceptable el maltrato que resulta del racismo y que produce padecimientos psicológicos.

Viramos la conversación a su trabajo. Hablamos sobre el hecho de que gran parte de los pacientes que opera tienen glioblastomas. Estos tumores del cerebro son los más comunes y agresivos. Son tratados con quimio y radioterapia y con cirugía pero rara vez conducen a más de uno o dos años de supervivencia. Me explica la razón de la ineficacia del tratamiento actual: “Como las células cancerosas son particularmente ágiles y migran a través de todo el cerebro, cuando se elimina un tumor ya se está formando uno nuevo en otra parte del cerebro”.

Entonces, le pregunto por qué insiste en darle esperanza a pacientes con este diagnóstico. De nuevo, con su entusiasmo práctico, afirma que lo hace porque “La esperanza es el único sentimiento más poderoso que el miedo”.

Otra razón se transluce de una lección que relata en su biografía. Durante sus estudios en Harvard, su compañero Niel, uno de sus grandes amigos, fue diagnosticado con un tumor cerebral maligno. Niel consultó a dos médicos. Uno lo desanimó. El otro le dio esperanza. Niel eligió al segundo y derrotó a las estadísticas: vivió más tiempo de lo esperado.

El incidente convenció a Q de que el médico dicta cuánto tiempo sobrevive un enfermo. Por eso considera que la actitud de los doctores hacia los pacientes debe ser, aunque realista, también optimista. Más adelante, en el mismo texto, el doctor observa que la lucha por sobrevivir de sus pacientes lo inspiró a investigar como curar el cáncer cerebral y es lo que sigue dándole esperanza y fuerza para continuar haciéndolo.

Seguimos platicando. Hago referencia a un dato que aparece en el sitio web de su laboratorio. Para investigar el desarrollo de los tumores cerebrales, el Doctor Q y su equipo de investigadores experimentan con tejido animal y humano adulto. Dado que el cerebro humano adulto se comporta de una forma diferente al de un feto, de un bebé y de un roedor, la ventaja de poder investigar el tejido humano canceroso y adiposo adulto es incalculable. El doctor confirma que así es. Aclara que estos tejidos se donan voluntariamente y se obtienen del paciente al mismo tiempo que se le extirpa el tumor. Comenta: “Donar tejido es participar en el avance de la curación. Hacerlo aumenta no solo mi esperanza sino también la de los pacientes”.

Le menciono información púbica sobre los avances de su laboratorio. En él se probó que existen células madre neurales en la zona subventricular del cerebro humano. Un dato de importancia para comprender y utilizar esta capacidad en la medicina regenerativa. Además, se descubrió que en los tumores cancerosos hay células que pueden reproducirse, es decir, que de alguna manera se comportan como células madre. El Doctor Q se explaya: “Sí, además son muy resistentes. A pesar de darles quimioterapia y radiación siguen creciendo y reproduciéndose. Entender el funcionamiento de las células madre normales nos empezará a dar algunos datos que podrían ser clave para entender la causa y el desarrollo de los tumores”.

Me refiero a que, recientemente, el laboratorio trabaja con la hipótesis de que es posible curar los tumores cerebrales atacando sus células con células madre grasas. Le pregunto si podría explicar qué es lo que los llevó a pensar de esa manera. Relata cómo descubrieron que, como en la leyenda del Caballo de Troya, en tubos de ensayo las células madre de grasa tienen la misma habilidad y agilidad que las células madre de la médula ósea para migrar en el cerebro, para reconocer a las células cancerosas, atraerlas y atacarlas.

“La ventaja es que obtener grasa del paciente es un procedimiento menos invasivo, menos doloroso y menos costoso que obtener tejido de la médula. Esto puede llevar a nuevos tratamientos directamente en el cerebro”. Y agrega, “el laboratorio investiga la manera de alterar las células de grasa para que funcionen como si fueran mulas y lleven consigo medicamento”. Entonces, le pregunto lo obvio: ¿Cuándo se podrá curar ese cáncer de cerebro? El doctor evalúa: “No lo sé todavía, pero lo que sí sé, es que gracias a nuestros esfuerzos y los esfuerzos de nuestros pacientes estamos más cerca ahora que ayer”.

Y dado que Quiñones continuamente se reúne con colegas en México, la conversación concluye con una pregunta sobre México y Estados Unidos. ¿Qué puede aprender un país del otro en cuanto a la medicina clínica y a la investigación biomédica? El doctor contesta: “Ambos países tienen grandes recursos humanos y el intercambio los enriquece. Pero los dos, y en especial México, necesitan invertir más en infraestructura educativa. Por otra parte, sería muy benéfico traer estudiantes mexicanos a Estados Unidos, pero que se comprometan a volver a México. Que vengan para aprender en instituciones que cuentan con tecnología de vanguardia”.

El libro All-In Nation, recién publicado por el Center for American Progress, presenta una pequeña biografía de Quiñones para ejemplificar el enorme impacto de un individuo en el progreso de la sociedad. Sin duda, Quiñones es un modelo a seguir. No sorprende que a menudo se le haya pedido inspirar a las generaciones futuras.

En sus presentaciones públicas siempre aconseja atreverse a soñar, tener la habilidad de fracasar una y otra vez sin perder el entusiasmo, buscar mentores que presionen pero que también apoyen, guíen e inspiren; transformar la agitación que produce el miedo en concentración, aspirar a la excelencia y confiar en que las oportunidades y la buena suerte le llegan al que las busca.

Los consejos pueden acaso sonar a clichés pero explican por qué, a pesar de enormes dificultades, el respetado Dr. Q pasó en pocos años de ser un indocumentado invisible a un individuo reconocido en su profesión internacionalmente. Explican también por qué Alfredo Quiñones-Hinojosa ha podido dedicarse a tratar y a investigar el cáncer del órgano del cuerpo humano menos conocido, a sabiendas que su curación es remota.

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