Son las once de la noche. En una casa, en el centro de Colima, se lleva a cabo un evento privado, en el que participan chavas y chavos con edades alrededor de los veinte años. Algunos de ellos salen a la puerta del lugar y se sientan en una banqueta. En eso, pasa una patrulla, y al ver al grupo de jóvenes se detiene. Los muchachos, intimidados, entran en la casa.

 

Unos cuantos minutos después llegan otras dos o tres patrullas. Uno de los policías presiona al encargado de la casa para que haga salir a los asistentes. En la entrada, un agente de cada sexo los catea, mientras que el que parece ser el jefe se encarga de intimidarlos de manera burlona. Finalmente, a una chica le detectan “olor a mota” en las manos. La amenazan de manera humillante, aunque saben que no tienen elementos para detenerla. Finalmente la “perdonan” y se retiran del lugar, satisfechos de su heroica actuación.

 

A la vuelta de donde ocurrió este hecho, la camioneta de mi hermano sufrió un cristalazo entre las nueve y las once de la noche del 14 de febrero. Seis meses atrás, exactamente frente a la casa en donde ocurrió el incidente referido, le robaron el auto a un amigo, y hace menos de un año, al salir del Teatro Hidalgo asaltaron a mano armada a otro buen amigo y a su novia, sólo por citar algunos hechos delictivos que han ocurrido en la zona centro, de los que me he enterado. Me llama la atención que una reunión de chavos haya merecido una desmesurada presencia policíaca, sin otro argumento que el de ser sospechosos, mientras que las calles aledañas siguen siendo un riesgo latente tanto para transeúntes como para vehículos, debido a la falta de vigilancia.

 

En los últimos meses, la inseguridad ha ido aumentando en nuestro estado. Los actos delictivos son cada vez más graves, y hemos visto hechos que hace apenas diez años eran impensables en la entidad. La policía parece haber sido rebasada por la criminalidad, y cada vez pierde más la confianza y credibilidad de la ciudadanía.

 

Para nadie es un secreto que los cuerpos policiacos no están preparados para enfrentar a la delincuencia organizada. Los policías entran al servicio porque es uno de los pocos empleos a los que tienen acceso. La mayoría de ellos están mal capacitados, peor equipados y reciben unos salarios verdaderamente irrisorios. ¿Qué motivación pueden tener para arriesgar su vida enfrentando a criminales de alta peligrosidad?

 

Parte de esta falta de capacitación se refleja en la arbitrariedad y prepotencia con la que se manejan muchos de los “guardianes del orden”. Desde hace muchos años, parece existir la consigna de perseguir y criminalizar las reuniones de jóvenes. Con el escudo de la “cero tolerancia”, se violan las garantías individuales de los chavos y chavas, a quienes se catean, se les exige identificarse e incluso se les intimida. Generalmente, estas intervenciones se realizan en circunstancias en las que es evidente que no hay ningún delito qué perseguir, como en el incidente que relaté al principio. Está claro que este tipo de operativos no se aplican a los verdaderos delincuentes, ya que los índices de criminalidad, lejos de disminuir, han aumentado.

 

La “cero tolerancia” tampoco fue aplicada durante los pasados festejos charrotaurinos de Villa de Álvarez, en donde pudimos ver a cientos de personas embriagándose en la vía pública, con la complacencia de los agentes que acompañaban las cabalgatas, y no se pone en práctica en los espectáculos masivos en donde se manejan fuertes intereses económicos, como es el caso del llamado Reventour, en el que es bien sabido que se consumen grandes cantidades de marihuana y otras drogas.

 

De esta manera, nos damos cuenta que los cuerpos policiacos tienen diversos criterios para actuar. Sería injusto culpar únicamente a los agentes de esta situación; finalmente, los responsables son los mandos policiacos, quienes marcan (o deberían marcar) dichos criterios. Sin embargo, también es cierto que en muchas ocasiones los agentes se ensañan con los “sospechosos” que no representan peligro alguno, y se hacen de la vista gorda frente a los verdaderos delincuentes.

 

Esta doble y hasta triple moral policiaca es la que provocó la aparición de las autodefensas en otros estados de la República, con todas las implicaciones de todo tipo que este hecho representa. Esperemos que esto no llegue a ocurrir en nuestro estado, y que las policías se profesionalicen y cumplan cabalmente con su función. Pero para ser sincero, esto último lo veo muy difícil

 

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