Hace algunos días se suscitó una interesante polémica en mi muro de Facebook motivada por un comentario mío, en el que manifesté mi asombro por los altos precios que alcanzaron las entradas para la presentación de Marco Antonio Solís en la Petatera. A partir de esta aseveración, se armó una sabrosa charla, en la que algunos de mis amigos me tacharon de intolerante, amargado, elitista y petulante, entre otras cosas. El tema me pareció suficientemente interesante para trasladarlo a estas páginas, así que comparto con mis amables lectores mis impresiones acerca de este asunto.

 

Para comenzar, quiero aclarar que el Buki no me parece un mal compositor; por el contrario, creo que tiene bastantes canciones agradables, de las cuales he incluido algunas en mi repertorio. Sin embargo, de ahí a creer que es el Beethoven de los pobres hay un abismo: sus canciones repiten los mismos esquemas melódicos y sus letras suelen presentar serias deficiencias poéticas, cuando no flagrantes errores gramaticales y sintácticos. Por otra parte, la Petatera, por muy Patrimonio Cultural que sea, no deja de ser una plaza de toros rústica, que no tiene las mínimas condiciones de confort para un espectáculo masivo y, si me apuran, carece también de las más elementales normas de seguridad. Por ello, me parece excesivo que el precio del boleto haya alcanzado los $1,000 y $1,500, mientras que el más barato, en las viles tablas, costaba $250.

 

Sin embargo, lo que más me sorprendió es que haya habido tantas personas dispuestas a pagar esa cantidad y a sufrir las petateriles incomodidades con tal de presenciar la actuación de su ídolo, a tal grado que muchas se quedaron afuera con boleto pagado, lo que constituye un fraude evidente, que no voy a abordar porque no es el motivo de este artículo. Entonces surgió en mí la duda: ¿estos son los precios que regularmente se pagan por ver presentaciones de artistas de la llamada “música regional mexicana”? Revisando la cartelera de las pasadas fiestas charrotaurinas, al parecer así es.

 

Como una muestra de los precios de otro tipo de espectáculos en Colima, la puesta en escena de “La Bella Durmiente”,  que a fines el año pasado fue presentado por el Ballet de San Petersburgo en el Teatro Universitario, costó $300, $350 y $400 por persona. Ignoro si se llenó el teatro, con capacidad para poco más de mil espectadores, pero la diferencia de precios es abismal, lo mismo que las características de ambos recintos. Entonces me pregunto: ¿Cuál de los dos espectáculos es más elitista, el de $400 o el de $1,500?

 

Por supuesto, lo que a mí me parece excesivamente caro, debe parecerle razonable o incluso barato a quien lo pagó. Aparentemente, es el libre juego del mercado: lo que tiene demanda, sube de precio. Sin embargo, creo que el éxito de este tipo de espectáculos es más una triste muestra de la gran pobreza cultural de nuestro país que del libre mercado. El aparato cultural del sistema no garantiza la equidad y pluralidad de la oferta cultural, dejando en manos de los medios de comunicación la decisión de cuáles productos promover y cuáles no.

 

Por desgracia, esta oferta parece que se va estrechando cada vez más. En el caso de la canción popular, de un tiempo a la fecha la música de banda es prácticamente el único género musical que escuchan muchos jóvenes, incluso con formación universitaria, lo que era impensable hace algunos años. La mayoría de grabaciones de la música pop nacional son refritos de viejos éxitos, disfrazados de “tributos”. La industria del entretenimiento se ha convertido en un reflejo de la política, en la que solo tienen cabida las mafias y sus juniors.

 

No dudo que haya quienes tienen un amplio criterio cultural, y asisten lo mismo a ver al Buki que al ballet de San Petersburgo, pero tengo la seguridad de que son muy pocos. La mayoría asume que las únicas manifestaciones culturales que existen son las que difunden las televisoras; entre ellos, más de algún político, como lo demuestra el triste episodio de intolerancia que acaba de escenificar el gobierno del estado de México al pretender cancelar el Hell & Heaven.

 

Por supuesto, siempre habrá música más popular que otra, pero es el público quien tiene el derecho a decidir. Pretender que el mexicano promedio sólo tiene capacidad para apreciar la música de banda es una falacia. En su tiempo, Mozart, Tchaikovsky y Verdi fueron autores extraordinariamente populares en todos los estratos sociales. En los años sesenta y setenta, la radio transmitía música de todos los géneros, de tal manera que los niños de ese tiempo lo mismo escuchamos a Los Panchos que a Pedro Infante, Vicente Fernández, Serrat, Los Bee Gees y Led Zeppelin, por poner algunos ejemplos. ¿Podemos presumir de esa misma pluralidad en los medios de comunicación actuales?

 

Por ello, no es de sorprender que la música regional tenga tal poder de convocatoria, y que lo que antes eran espectáculos para nacos hoy sean un símbolo de estatus, al que asisten quienes tienen el poder adquisitivo para pagar $1,500 por dos horas de catarsis musical en primera fila.

 

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