Colima, México. Avanzada (24 de febrero 2014).- Para nadie es un secreto que México ocupa uno de los primeros lugares en el uso de la piratería en general, incluyendo la informática. Todos tenemos un pariente o amigo que te ofrece instalar el último Windows o la versión más reciente de Office en tu computadora a precio de ganga, o incluso gratis.

 

La mayoría de los usuarios de computadoras tienen un conocimiento poco menos que elemental de su funcionamiento, lo cual no tiene absolutamente nada de malo: quien usa una computadora lo que quiere es que funcione bien y sin problemas, independientemente de si la utiliza para jugar o para hacer complejos cálculos estadísticos. Pero muchas personas creen que las aplicaciones como Word, Excel o PowerPoint, incluidas en una colección de programas (suite) llamado Microsoft Office, son gratuitas. 

 

Otras saben que tienen un costo, pero no tienen idea del precio. Si estás en este caso, ahí te van las cifras: la suite MSOffice más austera cuesta $1,499.00 mientras que la profesional (que es la que la mayoría tiene instalada de manera pirata) cuesta $6,399.00, es decir, más cara que una computadora de escritorio decente. El sistema operativo Windows, en su versión más reciente, tiene también un costo, y no es nada barato: va de $949.00 a $3,735.00.

Estos precios estratosféricos parecen dar la razón a las personas que deciden usar copias ilegales: “Merecido se lo tienen por careros”. Además ¿qué importa lo que cuestan, si a ti te salieron gratis o casi gratis? Sin embargo ¿realmente el utilizar programas piratas no tiene ningún costo para nosotros?

Debo aclarar que no es la intención de este artículo satanizar a los usuarios de software pirata. En las campañas publicitarias contra la piratería se pretende convertir un problema estrictamente económico en un asunto moral. Esas campañas convierten en ladrones a todos los usuarios (¿quién no ha visto un video ilegal, incluso en Youtube?) y se les acusa, entre otras cosas, de cerrar fuentes de empleo y de birlar ganancias legítimas a los dueños de los derechos. Es una visión manipuladora y, por lo demás, bastante inútil: ninguna de esas iniciativas ha logrado evitar, y ni siquiera reducir la piratería en el mundo.

La piratería informática tiene algunos rasgos especiales. Si bien lo condenan de dientes para afuera las empresas de software, en especial Microsoft, se sabe que en la práctica alientan el uso ilegal de su software a nivel doméstico. ¿Parece un contrasentido? No lo es en absoluto.

Así como la piratería ha encumbrado a algunas figuras del espectáculo, como es el caso de Polo Polo, también ha permitido que los programas de Microsoft se hayan extendido hasta el punto de convertirse en un estándar. El usuario que utiliza Word o Excel en su computadora personal exigirá estos productos en el ámbito laboral. Pero resulta que tanto las instancias gubernamentales como las grandes empresas difícilmente pueden evadir el pago de las licencias de software, que como ya vimos, alcanzan precios estratosféricos. No en balde Bill Gates fue durante muchos años el hombre más rico del mundo, y ahora es el segundo.

El gobierno mexicano, como muchos otros, paga anualmente una gran cantidad de dinero por concepto de licencias de software. Lo peor del asunto es que para la mayoría de los programas por los que se pagan estas cantidades monstruosas, existen alternativas gratuitas: el llamado software libre.

El software libre es una excelente alternativa a la piratería, y tiene como base el respeto a las libertades básicas del usuario: “ejecutar, copiar, distribuir, y estudiarlo, e incluso modificar el software y distribuirlo modificado”. Por desgracia, los programas libres tienen muy poca difusión, e incluso son objeto de desprestigio. En el caso, por ejemplo, de Libre Office, que es la alternativa más sólida a Microsoft Office, muchos usuarios se quejan de que no importa adecuadamente los documentos generados con Word, Excel y Power Point. 

Sin embargo, esto es culpa de Microsoft, que se ha empeñado en cerrar sus formatos, es decir, no proporcionar documentación e incluso hacerlos más complejos de lo necesario, con el fin de provocar esta incompatibilidad. Esto suele causar la irritación de los usuarios, y por lo tanto, la negativa a usar esos programas.

Más grave aún es el desconocimiento de los sistemas operativos libres, especialmente Linux. Incluso personas con licenciaturas e ingenierías en informática jamás han tenido la curiosidad de conocerlo, y van por el mundo diciéndole a la gente que es un sistema operativo “raro” y difícil de manejar. Nada más lejos de la realidad. Una máquina equipada con Linux es tan sencilla de manejar para el usuario promedio como lo es Windows o el sistema operativo de las Mac. De hecho, el sistema operativo más usado del mundo es Android, que está completamente basado en Linux.

Si el gobierno mexicano decidiera instalar Linux y Libre Office en la mayoría de sus equipos, se ahorraría alrededor de $3,000.00 por máquina. ¿Cuántas computadoras existirán en el sector público? ¿Cuánto será el total que se ahorraría? Además, por la naturaleza misma del software libre, podría utilizar una mínima cantidad de ese dinero ahorrado para invertir en el desarrollo de software especialmente adaptado para nuestras necesidades.

Me sorprende que este tema, que desde mi punto de vista tiene altísima importancia en la vida económica y social de nuestro país, sea prácticamente desconocido y muchas veces minimizado por la mayoría de personas. Conozco a muchos activistas en asuntos sociales y ambientales que se muestran renuentes a conocer siquiera la ética y la filosofía del software libre, o que repiten los argumentos descalificadores que son promovidos por los monopolios informáticos.

Desde hace quince años utilizo software libre, y hace seis años que utilizo esta herramientas de manera casi exclusiva. Con ellas he realizado diseño gráfico, retoque fotográfico, diseño de sitios web, edición de audio y video, animación 3d y programación de juegos, además de escribir textos como este, así que estoy en posibilidad de afirmar que hay alternativas libres de buena calidad prácticamente para cualquier programa privativo.

 Por supuesto, la adopción de estos sistemas implica disposición y esfuerzo, pero creo que las personas que están preocupadas por impulsar un cambio social en nuestro país tienen la obligación moral de por lo menos acercarse a la filosofía y la ética del software libre. Esta es mi propuesta e invitación del día de hoy.

 

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